Dada la naturaleza exigente del seminario en aquella época, con un enfoque académico intenso, podemos entender que dedicó todas sus facultades a esa empresa. No nos referimos solo a sus facultades intelectuales, sino también a su aptitud física, a sus cualidades de personalidad y a un espíritu vivaz. Todo esto se unía en una motivación sobrenatural, el aspecto más importante en relación con la respuesta a una vocación específica que Dios había marcado con especial predilección. Las personas de su pequeña comunidad seguían de cerca la evolución de su paisano en el proceso del seminario. Siempre durante las vacaciones, se involucraba en la vida pastoral de su propia parroquia, y la práctica de las obras de misericordia, en particular, eran signos elocuentes de un corazón que ardía en la hoguera de la Caridad.
Los superiores, atentos a esos signos, tenían claro que estaba surgiendo una gran vocación; por eso le confiaron responsabilidades que exigían ser ejemplo. Fue nombrado prefecto de los menores, una tarea que demandaba su espíritu, pero que también demostró que aún necesitaba perfeccionar su capacidad de disciplina; un signo de un corazón inclinado hacia la misericordia.
En coherencia con los santos de la Iglesia, el padre Guanella, guiado por el Espíritu Santo, cumplió el santo deber de reflejar con su vida la gracia que había recibido. En sus propias palabras: “El buen ejemplo es la primera y más elocuente de todas las enseñanzas”. Esta convicción pudo haber surgido de su claro entendimiento de su propia vocación, y también demuestra cómo Guanella abordó el don que había recibido. Sin embargo, también es válido afirmar que se basaba en los ejemplos que había recibido, especialmente en el seno de su familia, y que hoy siguen llegando hasta nosotros en una línea continua de gracia.
Cuando Luis Guanella ingresó al seminario en 1860, ya tenía un camino trazado, un comienzo que sabía provenir de Dios. Había experimentado, de alguna manera, lo que un sacerdote lleva en el corazón. Por eso lo deseaba aún más; desde su condición de peregrino del Calvario, se comprometió con firmeza y dedicación a esta nueva etapa: “Quiero estudiar, estudiar y estudiar”, fue su compromiso.
Dada la naturaleza exigente del seminario en aquella época, con un enfoque académico intenso, podemos entender que dedicó todas sus facultades a esa empresa. No nos referimos solo a sus facultades intelectuales, sino también a su aptitud física, a sus cualidades de personalidad y a un espíritu vivaz. Todo esto se unía en una motivación sobrenatural, el aspecto más importante en relación con la respuesta a una vocación específica que Dios había marcado con especial predilección. Las personas de su pequeña comunidad seguían de cerca la evolución de su paisano en el proceso del seminario. Siempre durante las vacaciones, se involucraba en la vida pastoral de su propia parroquia, y la práctica de las obras de misericordia, en particular, eran signos elocuentes de un corazón que ardía en la hoguera de la Caridad.
Los superiores, atentos a esos signos, tenían claro que estaba surgiendo una gran vocación; por eso le confiaron responsabilidades que exigían ser ejemplo. Fue nombrado prefecto de los menores, una tarea que demandaba su espíritu, pero que también demostró que aún necesitaba perfeccionar su capacidad de disciplina; un signo de un corazón inclinado hacia la misericordia.
En coherencia con los santos de la Iglesia, el padre Guanella, guiado por el Espíritu Santo, cumplió el santo deber de reflejar con su vida la gracia que había recibido. En sus propias palabras: “El buen ejemplo es la primera y más elocuente de todas las enseñanzas”. Esta convicción pudo haber surgido de su claro entendimiento de su propia vocación, y también demuestra cómo Guanella abordó el don que había recibido. Sin embargo, también es válido afirmar que se basaba en los ejemplos que había recibido, especialmente en el seno de su familia, y que hoy siguen llegando hasta nosotros en una línea continua de gracia.