Estamos viviendo una época de grandes problemas humanitarios, como la migración forzada, en la que el pueblo de Dios se ve obligado a dejar sus tierras, ya sea por motivos económicos o por conflictos, exigiendo una respuesta incluso de la Iglesia, que lo ha hecho con caridad.
El corazón del padre Guanella, inflamado de caridad y de una verdadera preocupación por los más necesitados, también fue tocado por esta triste realidad desde temprana edad en su tierra natal, Fraciscio. Tuvo que presenciar, con tristeza, cómo las personas se veían obligadas a partir hacia América en busca de una vida mejor, dejando atrás una situación insoportable y precaria.
Ese sufrimiento permaneció en el corazón de Guanella y, cuando tuvo la oportunidad, no dudó en socorrer a las personas en el extranjero, diciendo: “la llamada de Dios viene en primer lugar”. Siempre daba prioridad al llamado de Dios, para que la misión fuera de la Providencia y no suya propia.
Así, el 12 de diciembre de 1912, partió en barco hacia los Estados Unidos, con el fin de conocer la realidad de los migrantes italianos. Al año siguiente, con la aprobación de la Arquidiócesis de Chicago, la misión comenzó en aquel país. Quiso verificar personalmente el lugar donde sus obras y carisma serían continuados por sus religiosas y religiosos —un paso significativo que dio origen a la fecunda misión guaneliana en tierras americanas, la cual se expandió por muchos países de este continente.
Esto representa un llamado continuo al modo guaneliano de socorrer una necesidad que no nace de un humanismo basado únicamente en la filantropía, sino de un llamado de Dios que mira con misericordia a sus hijos que se encuentran en tierras extranjeras, enfrentando tantos peligros, tanto espirituales como físicos.
La actualidad del carisma concedido a nuestro Fundador es evidente también en este contexto. Hoy, el Padre Guanella continúa distribuyendo el Pan y al Señor, y nos llama a ampliar el alcance del corazón guaneliano, donde el corazón del Padre sigue compadeciéndose de sus hijos.