Desde siempre, la Iglesia ha entendido, practicado y predicado la penitencia como camino natural para que cada cristiano, a su manera, avance en la lógica de la conversión, respondiendo al llamado del Señor a “negarse a sí mismo” (Mt 16,25). Sin embargo, estamos llamados a unirnos de algún modo a esta práctica durante el tiempo litúrgico de la Cuaresma, que es un tiempo fuerte que la Iglesia propone cada año a los cristianos para su santificación.
El Papa Francisco se refiere al llamado penitencial como “volver a lo esencial”, pues no hay camino de santidad sin configurarnos con Cristo, y esto por sí solo exige un camino de penitencia. Ciertamente, es un tema que, en muchos aspectos, se ha reducido al tiempo específico que vivimos y con cierta resistencia. Sin embargo, la capacidad de “obtener de Dios una conciencia limpia” (1Pe 3) es un viaje del interior hacia el exterior, es decir, que nazca desde dentro y esté de acuerdo con los movimientos del corazón, lo que consentimos interiormente y la manera de hacerlo, movidos constantemente por el Espíritu.
En este sentido, debemos valorar y considerar el camino de penitencia propuesto por la Iglesia como una herramienta indispensable para vivir la Pascua del Señor, asociando nuestra propia Pascua, que debe prepararse con oración, ayuno y limosna.
La penitencia purifica nuestro ser delante de Dios, nos conduce a presentarnos a Él cada vez más auténticamente y a abrazar la verdad de nuestro Padre y nuestra propia verdad, despojándonos de las iniquidades y asperezas que nos separan del amor divino. Por lo tanto, la penitencia, especialmente en este tiempo, nos ayuda a caminar con autenticidad, a regresar al amor y a la verdad, a corregir nuestro camino, disminuyendo el estrés de la vida y volviendo a lo esencial.