En esta noche santa de Navidad, celebramos el misterio central de la fe cristiana: el Hijo eterno de Dios, el Verbo hecho carne, nace en Belén de la Virgen María. Como proclaman los Evangelios y el Catecismo de la Iglesia Católica, “hoy os ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es el Cristo Señor” (Lc 2,11). Este evento no es mera historia, sino la irrupción de la divinidad en la fragilidad humana, donde el Creador se humilla en el pesebre para rescatarnos del pecado y de la muerte, llenando el mundo de gracia y esperanza.

Los pastores, primeros testigos, fueron llamados a adorar al Niño Dios, regresando glorificando a Dios. La Navidad revela la gran alegría anunciada por el ángel: una alegría profunda, no pasajera, sino que transforma corazones, familias y sociedades, invitándonos a acoger a Cristo como luz que disipa las tinieblas del egoísmo y del dolor. En medio de las lágrimas del mundo – como las madres de Belén o las tristezas actuales –, el nacimiento de Jesús es el «buen anuncio de gran alegría para todo el pueblo».

¡Que esta Navidad reavive en nosotros la fe viva en el Salvador! ¡Feliz Navidad de nuestro Señor! Venite, adoremus! ¡Venid, adorad al Rey de los reyes en el humilde pesebre, y dejad que su paz reine en vuestros hogares!